miércoles, 14 de abril de 2010

el baño en el molino

Ay la chorra el guacho! Hermoso, ¿ Tú de quien eres?.
Y se asomaba al pozo de los posos del aceite del molino viejo.
Tendrían más de veinte años los posos, tantos como cerrado estaba el molino.
Mientras Jesús chapoteaba en aquello, yo de hito en hito le contesté:
De Rafael, tía Justa, nieto de Fausto, el cartero, es mi hermanillo.
Pos ayúdale, haragán, no entiendes que se va a ahogar. Y después de colocarse bien el pañuelico de rezar, de gasa negra, y arrebujarse en la pelerina de lana, dio media vuelta
y se fue Vega arriba, con su garrotilla vieja, rezando por lo bajo: “ Si fuerais míos no os ibais a ir por el repulgo, no. Menudo disgusto pa su madre, y pa la Luz, con lo amigas que siempre habemos sio la Luz y yo. No llevabais frío, si fuerais míos.”
Mientras, Jesús, allí abajo, parecía un gorrioncillo calado, con el pelo tan rubio pegado
a la cabeza y sin gafas. Las gafas volaron, nunca se supo de ellas, pero el no parecía muy preocupado por ellas, solo me miraba y gritaba: “ Chache, no se lo digas a madre”.
Ignorante, como si pudiera disimular esa costra oscura y encenagá que lo lodaba.
Y menos mal que pasaba por allí Morojuán, que si no…
Yo hacia lo que podía por sacarlo, que era más bien poco, por que aun me duraba
el arreglillo que me hizo Rafa con la bicicleta de padre, una Orbea grande y negra, bien
completica. Hasta faro y adinamo llebaba, con su portamaletas y los guardabarros con
ribete dorado. Ni corto ni perezoso la puso en la puerta del zaguán viejo, en mitad de la cuesta y me dijo” Sabes montar, Luis? Asentí, por gili y él me dijo: arriba!. Copón bendito!, si la bici pesaba mucho más que yo y cuesta abajo!. Total, un piñazo de los grandes en la mismica puerta del Capataz. Se me clavó el freno de manilla el la ingle, que tuvimos que ir a Don Pedro, y además el cabrito se reía por lo bajo y dijo: Muy bien
de tres pinchazos, cinco toros.
Bueno, que me pierdo, a lo que íbamos…
Gracias a Morojuan que lo sacó, que si no, Jesús fenece.
Ya cuando estaba fuera, me buscó con la mirada, dando tiritones y sacudiendo las manitas. Y como olía el jodio!. Lo cogí de la mano, y así, juntitos, enfilamos la Vega
arriba, pasando por las escuelas y el Santillo como dos pollos mojaos, temerosos giramos por la cuesta de mis penas y las risas de Rafa y llegamos al patiejo de casa.
Mi madre, que vivía en un ¡Ay! Parece que se lo olió, y no me extraña: “ Me vais a quitar la vida” dijo y nos metió pa dentro en menos que se persigna un cura loco.
Gracias a Dios, ese ángel moreno ha vivido, más, mucho más de lo que le hubiera
Gustado y nosotros después de bien fregaos en el lebrillo, y calentitos, ya estábamos
preparados para la siguiente, que no sería tarde. Eso, seguro.

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